Resumen
El poderoso maridaje entre la arquitectura y su entorno -el templo con su espacio libre asociado- resulta tan gravitante como la armonía de las fachadas de la iglesia, la calidad de su espacio interior, el detalle de su ornamentación o el tratamiento de los pavimentos exteriores. La función de la iglesia y su atrio -pasiva o activa, según se manifiesten júbilos o dolores- tiene el extraño poder de afectar el conjunto, suscitando en el feligrés sentimientos de alegría o de tristeza. Ninguna demostración mejor de que la arquitectura, sin el hombre, sin su contenido vivo -destinatario ineludible de su razón de ser-, está condenada a extinguirse. Las iglesias chilotas seguirán mereciendo el reconocimiento universal mientras permitan que, efectivamente, un trozo de humanidad disfrute, con inquebrantable fe, las virtudes de ese patrimonio. Por ello se ha propuesto un modelo de ordenamiento espacial, en el cual la iglesia es su centro.