Resumen
El agua siempre deja huellas de su paso. Las aguas del Nilo, después de inundar las llanuras del río, se retiraban dejando el suelo colmado de los nutrientes que habían traído desde el corazón de África. Las costas de Chile han sido modeladas por el ir y venir de las aguas marinas, el río Ibáñez ha esculpido un profundo canal en la roca para abrirse paso, dando nacimiento a un magnífico lugar conocido como Garganta del río Ibáñez. Las cascadas horadan montañas para poder deslizarse como blancas lágrimas, la sobrecogedora belleza de los glaciares ha dejado potentes huellas de sus trayectorias. La lluvia también deposita marcas en los lugares y superficies que moja. A veces son apenas sutiles señales como el musgo que crece en las piedras húmedas o en el perfume de los bosques de Valdivia, con su tierra negra y empapada de lluvia y rocío. Otras veces las huellas del agua están presentes en la arquitectura como ocurre con los palafitos de Castro o Caleta Tortel, donde las casas se levantan para tomar distancia del agua que se mueve al ritmo de las mareas. En otras ocasiones, las huellas del descorren el velo de un drama urbano; es lo que ocurrió con la inundación del invierno pasado. Las huellas del agua aún son visibles en las paredes manchadas, en los muebles, en los pisos. El agua se fue pero dejando tras de sí un desalentador recuerdo de su paso por las ciudades, los pueblos y las casas.