Resumen
La toma en consideración de los centros históricos en tanto que patrimonio heredado es una cuestión relativamente moderna. De hecho hasta bien entrado el siglo XIX la construcción de la ciudad europea supone generalmente la paulatina sustitución de los tejidos más antiguos. Así por ejemplo, las mejores realizaciones del barroco, aún manifestando una altísima preocupación por la forma urbana, suelen hacer tabla rasa de la ciudad anterior. La preocupación por el mantenimiento de los vestigios del pasado nace de hecho con la Ilustración, con el ensimismamiento de Goethe al descubrir Verona o con las expediciones de Heinrich Schliemann en busca de Troya. Será en 1834 cuando en París se cree la inspección General de Monumentos y sintomáticamente se proponga para su dirección a Prosper Merimée. Éste establece unas primeras medidas de protección de determinados edificios en función esencialmente de su antigüedad y, evidentemente, de ciertas preferencias estilísticas, cambiantes con el tiempo y con los sucesivos responsables.